Hace dos décadas, una persona llegó a Canadá con sueños y energía para abrirse camino en un nuevo país. Tenía juventud, salud y muchas ganas de trabajar. Pero el inglés quedó en un segundo plano. Hoy, después de 20 años, comparte con nosotros —desde el anonimato y por razones de privacidad— lo que significa mirar atrás y preguntarse: ¿por qué no empecé a estudiar antes?
El inicio en Canadá
Los primeros años estuvieron llenos de trabajo. Había que pagar renta, enviar dinero a la familia, sostenerse en un lugar nuevo. El inglés parecía un lujo, algo que podía esperar mientras las cuentas se resolvían. “Con mi gente me entendía, y en el trabajo bastaba con lo básico”, recuerda. Así pasaron meses, luego años.
El miedo y la comodidad
El miedo a no entender en la clase, a equivocarse al hablar, se mezcló con una zona de confort: rodearse de compatriotas, trabajar en entornos donde el español alcanzaba. “El tiempo se fue acumulando y yo siempre decía: el próximo año me inscribo.”
El despertar tardío
Hoy, después de 20 años, la necesidad de aprender inglés es más fuerte que nunca. El mundo laboral ha cambiado, las oportunidades exigen comunicación más avanzada, y el sentimiento de haber perdido tiempo pesa. “No lo hice antes y ahora me toca el doble de esfuerzo.”
El mensaje que deja
Su historia es una invitación para quienes recién llegan: no postergues el inglés. Aunque el trabajo, la familia o el miedo ocupen espacio, invertir en el idioma desde el principio abre puertas y evita arrepentimientos.
“Si pudiera volver atrás, habría empezado desde el primer año. El inglés no es solo un idioma: es la llave para entender, avanzar y sentir que de verdad perteneces.”





